La transición energética: Una agenda región por región para la acción a corto plazo
Alex Bolano socio adjunto en la oficina de McKinsey en
San Francisco; Filippo Lodesani es consultor en la oficina de Los Ángeles,
donde Madelina Pozas Pratt es consultora; Daniel Pacthod, Hamid Samandari y
Humayun Tai son socios sénior en la oficina de Nueva York; y Evan Polymeneas es
socio en la oficina de Chicago.
Una economía
mundial sacudida por una pandemia mundial y por la creciente inflación que ha
acompañado a la recuperación posterior ha tenido que lidiar con un trágico
conflicto en Ucrania y sus secuelas de sufrimiento humano, el aumento de los
costos de la energía y el declive de la seguridad energética. La respuesta
inmediata ha significado una mayor dependencia a corto plazo de los
combustibles fósiles y menos recursos disponibles para la transición, sin
mencionar los desafíos adicionales para la coordinación regional y global.
Las oportunidades,
los desafíos y los riesgos asociados a una transición energética más ordenada
no se distribuyen de manera uniforme en todo el mundo. Algunos países pueden
contar con mayores recursos financieros o naturales, y no todas las economías
están igualmente equipadas para enfrentar el reto de transformar su matriz
energética. Por lo tanto, es útil identificar los principales arquetipos, o
agrupaciones, en los que se ubicarían los países en el contexto de la
transición energética y las correspondientes oportunidades y desafíos.
La necesidad de una
acción acelerada y sostenida es apremiante, ya que el riesgo climático físico y
sus manifestaciones visibles continúan creciendo. Pero a medida que el mundo
busca avanzar hacia una energía más limpia, se necesita una visión matizada del
papel de los combustibles fósiles y del camino para reducir su uso. Se asume
una dependencia residual de los combustibles fósiles en todos los escenarios de
cero neto. Dado que es probable que se necesiten más inversiones en la
producción de combustibles fósiles para satisfacer la demanda residual actual o
futura, será fundamental apuntar a una producción con menos emisiones, alta
eficiencia y alta flexibilidad, y evitar la acumulación de activos varados. Al
mismo tiempo, los productores de combustibles fósiles deberán adaptarse a un
entorno de disminución de los volúmenes de producción y el retiro de las
operaciones de generación de energía y extracción intensivas en emisiones (es
decir, plantas de carbón).
Tres factores
principales influyen en la capacidad de cada país para lograr una transición
ordenada. Resiliencia energética: a) la presencia (o falta) de recursos
naturales, como el viento, el sol, los minerales; b) la dependencia económica
de un país de las importaciones de energía y las industrias intensivas en
emisiones. Asequibilidad: c) los recursos financieros disponibles de un país y
su capacidad para aprovechar el capital para apoyar la transición energética
son fundamentales.
La combinación
energética de Latinoamérica es relativamente más verde que la de otras regiones.
Los combustibles fósiles representan el 70 % del consumo total de energía
primaria (frente al 82 % a nivel mundial). El mix energético incluye un 20% de
energía hidroeléctrica y países de esta región como Brasil se encuentran entre
los mayores productores de biocombustibles. La región hoy es exportadora de
combustibles fósiles, en particular de petróleo: en 2021 exportó 1.500 millones
de bbls.
La región también
es rica en biomasa, con Brasil como el principal productor mundial de
bioenergía. Tiene múltiples casos de uso potenciales, desde la producción de
biocombustibles para el transporte como el biodiesel hasta el desarrollo de las
industrias de biogás y biometano, biomateriales como madera sólida para la
construcción y bioplásticos, y producción de acero y otros procesos de alta
temperatura. La biomasa tiene un potencial significativo tanto para el uso
doméstico como para la exportación.
Con su penetración
renovable por encima del promedio, Latinoamérica también está bien posicionada
para convertirse en un gran productor y exportador de derivados de hidrógeno
verde (amoníaco verde y combustibles sintéticos). La región ha construido una
gran cartera de proyectos de este tipo, principalmente en Brasil y Chile, pero
expandiéndose rápidamente a otros como Uruguay, Argentina y Colombia.
La región es rica
en minerales que son críticos para la transición energética. El “Triángulo de
Oro” del litio (Chile, Argentina y Bolivia) posee el 56% de los recursos de
litio del mundo y el 48%. Chile tiene la mayor participación de litio (42%) y
Argentina la tercera (10%). Chile tiene las mayores reservas de cobre (23%) y
Perú la tercera (9%). Brasil posee la tercera mayor reserva de níquel (16%) y
tierras raras (17%).
La combinación de
los factores anteriores presenta oportunidades significativas para que la
región contribuya materialmente a la descarbonización de la economía dentro y
fuera del continente, y para impulsar el crecimiento económico sostenible y la
creación de empleo.
De esta manera,
América Latina tiene algunas oportunidades para considerar:
●
Simplificar, acelerar y aumentar
la certeza de los permisos de proyectos, y promover marcos más simples para la
colaboración público-privada.
●
Mejorar y estabilizar los esquemas
de precios, los diseños de mercado y las garantías para eliminar el riesgo de
las inversiones en transición energética y mejorar el acceso al capital
nacional e internacional.
●
Introducir medidas del lado de la
demanda para promover el cambio de combustibles fósiles a electricidad y otras
alternativas energéticamente eficientes en el transporte.
●
Desarrollar mecanismos y mercados
de seguimiento de carbono regulados e impulsar incentivos para descarbonizar
las huellas de la industria.
●
Promover la fabricación local de
piezas y equipos, y convertirse en una potencia de exportación de materias
primas y productos de energía limpia.
●
Desarrollar una fuerza laboral
calificada para apoyar la transición y crear beneficios socioeconómicos.
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