UCRANIA, TAN LEJOS Y TAN CERCA
Se cumple
un mes de la invasión de Ucrania. Ahora contemplamos las imágenes de los refugiados,
cerca ya de 4 millones, y de los ataques indiscriminados contra objetivos
civiles. La guerra relámpago de Putin se ha convertido en una carnicería. Las
tropas rusas, incapaces de tomar ciudades, las destruyen, como están haciendo
con Marioupol, la Aleppo europea.
Ucrania, nos dice Putin, no tiene
derecho a existir como nación independiente. Pero esa brutal invasión no afecta
solo a los ucranianos. Tampoco solo a los europeos porque estemos más cerca. Afecta
a toda la comunidad internacional que en
la ONU ha condenado, por dos veces y una amplísima mayoría, la agresión rusa y
pide que se detenga la guerra que se estanca
En mi discurso ante el Parlamento Europeo,
un día antes del primer voto en las Naciones Unidas, recordé que cuando un
potente agresor agrede sin justificación a un vecino mucho más débil que aspira
a vivir en libertad, “nadie podía mirar para otro lado”. Y América Latina y el
Caribe no miraron para otro lado. Respondieron como ninguna otra región en el
mundo. Solo 4 países se abstuvieron y nadie votó en contra. Sí, América Latina
y el Caribe estuvieron de nuestro lado. Pero “nuestro lado” no es el “lado
europeo”. Esta no es otra guerra entre europeos que suena distante. La región
latinoamericana y caribeña estuvo del lado del derecho internacional, de la
Carta de las Naciones Unidas, de la soberanía nacional e integridad territorial
y, en definitiva, de los valores que nos unen en la convivencia pacífica y
respetuosa.
Ucrania tiene derecho a determinar
su propio futuro, asegurar sus propias fronteras internacionalmente reconocidas
y comerciar y tratar con quien quiera. Es la misma soberanía que los países de
América y el Caribe atesoran con tanto aplomo. Ucrania cae lejos. Pero las
implicaciones para todos nosotros, a ambos lados del Atlántico, son las mismas
e igualmente profundas. Por eso no nos ha hecho falta preguntar por quién doblan
las campanas; sabemos que doblan por nosotros también y por eso ayudamos a
Ucrania y sancionamos a Rusia. Y los arrebatos imperiales y beligerantes de
Putin, pretendiendo justificar su invasión para “desnazificar” Ucrania no han
engañado a una región en la que, desde 1969, el Tratado de Tlatelolco proscribe
las armas nucleares.
Esta guerra injustificada ha puesto
de acuerdo a los europeos en la necesidad de una Europa geopolítica. De
repente, nuestra brújula estratégica, anclada en un pasado que nos había
vacunado contra la guerra, se ha recalibrado para hacer frente más y mejor a
nuestras responsabilidades. Este despertar nos ayudará a ubicar y valorar mejor
a nuestros socios y aliados. En un mundo que pivota hacia el Pacífico, este
conflicto nos recuerda la centralidad del Atlántico, el del Norte y el del Sur,
y su importancia estratégica para europeos, latinoamericanos y caribeños.
Aunque Ucrania concentra ahora nuestros
esfuerzos, es el momento para Europa de proyectar con más fuerza,
convencimiento y pragmatismo, su compromiso con el mundo y en especial con nuestros
socios de América Latina y el Caribe. No queremos regresar ni a la guerra fría
ni a una política de bloques. América Latina promueve una visión pluralista de
la comunidad internacional asentada en normas, diálogo, cooperación y
resolución pacífica de las disputas. Y la negociación y el diálogo están en la
esencia de la Unión Europea. No somos una unión militar. No estamos en guerra
con nadie, pero debemos movilizar todos nuestros recursos económicos y
diplomáticos para salvaguardar la seguridad de Europa y encontrar una solución que
detenga esa tragedia humana.
Por otra parte, la invasión de
Putin ha sacudido la economía global, reduciendo la oferta y elevando los
precios de los alimentos, el combustible y los fertilizantes, y aumentando el
costo de vida. Estamos ante una nueva crisis emergente y la UE trabajará para
mitigar sus efectos y evitar, tras una devastadora pandemia, el empeoramiento del
malestar social. Estamos recibiendo millones de refugiados en nuestros países, pero
no vamos a olvidar a otros, cercanos como los de Siria, y más lejanos como los
6 millones de venezolanos generosamente acogidos en los países de la región.
Nuestra nueva brújula debe reforzar
nuestras relaciones con América Latina y el Caribe a través de una agenda
positiva que ponga al ciudadano en el centro de las grandes transformaciones tecnológicas
y ambientales, cohesión social, desarrollo verde y sostenible, seguridad
ciudadana, fortalecimiento democrático e institucional.
América Latina y el Caribe cuenta
con una población joven, nuevos liderazgos políticos, recursos naturales y un
gran potencial de integración regional. Nuestra relación se asienta en bases
muy sólidas. La UE es el principal inversor directo en la región, con el 55% de
la IED en 2019, y el tercer socio comercial. Y se diferencia de otros socios
por su compromiso con la sostenibilidad y con estándares sociales y laborales
más avanzados.
Queremos fortalecer lazos, no
dependencias, en una apuesta pragmática a largo plazo, con un salto cualitativo
y proceder con la nueva generación de acuerdos con Chile, México, Mercosur y el
Caribe, en cuya materialización sigo empeñado. Necesitamos aumentar intercambios
comerciales e inversiones, pero también debemos promover posiciones comunes en
el ámbito multilateral. Juntos somos un tercio de las Naciones Unidas.
Sí, Ucrania está más cerca de las
ciudades europeas que de las latinoamericanas. Pero en este mundo donde la
distancia tiene un valor relativo, salvo para ponerse al abrigo de las bombas,
lo que ocurra en Ucrania definirá el mundo en el que vamos a vivir todos.
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